jueves, 7 de julio de 2011

Te comprometo al soñar despierta.

El sólo pensar que charlo contigo me eriza la piel.

Situaciones imaginarias en las que me he dado el papel de tu esposa, en las que eres el hombre ideal quien me dice lo hermosa que soy, que soy la mujer con la que te has casado, que soy tu esposa y que me amas.

Nos imagino primerizos en nuestra noche de bodas, sin sentirnos intoxicados por sustancia alguna salvo el ambiente que nos hemos creado alrededor, con las sensaciones y los deseos a flor de piel.
Te imagino decidido, amándome, decidido a esperar.
Me imagino temerosa, avergonzada de que veas mi rostro, de que toques mi cuerpo. Me veo insegura y al mismo tiempo te veo tierno y paciente, comprensivo.
Me dices "te deseo" al oído haciendo pequeñitas a mis preocupaciones, sabiendo que aún así no cederé porque te he dicho ya que no me siento lista. Siento en la puntita de mi lengua un "hazme tuya", casi cayéndose de mi boca y mis miedos me hacen callar.
Me ruborizo, me apenas.

Me haces esperar unos minutos y vuelves a la habitación con una botella y dos copas. Me besas un poco en los labios, besas un tanto mi cuello e inocentemente pregunto "¿qué haces?".
Aún no hemos bebido nada . "A menos que el aroma del rosé haya sido suficiente para embriagarte la razón", esas palabras me cruzan la mente.
-No necesito alcohol para besarte toda.
Un silencio irrumpido por el sonido de tus labios presionándome la piel.
-De hecho, es sólo un pretexto.
Como una respuesta precisa, como si hubieses leídome la mente.

Me veo charlando contigo, sentados frente a frente en el borde de la cama, nuestra cama.
Cojo un libro del estante, creo que mi favorito, comienzo a leerte el capítulo seis, no sin antes advertirte con rodeos que la lectura podría parecerte torpe, estúpida, quizás hasta insípida o cualquier otra cosa absurda. Me callas y me dices que lea, que me escucharás.
Comienzo a leer. Te imagino observándome, perdido en mi voz, en mis dedos hojeando las páginas, en mis labios articulando cada palabra con inquietud y percibes un extraño enternecimiento en mi manera de pronunciar las líneas.
La verdad es que me hallo cual manojo de nervios, se me trenzan los sentimientos: una mezcla de emoción de niña y una turbación de mujer.
Notas que conforme avanzo mi respiración se agita y me cuesta seguir tomando aire.
De pronto callo, hojeo otras páginas posteriores correspondientes al siguiente capítulo, mi rostro parece confundido y me ves sorprendido cerrar el libro.
-No puedo.
Repetí un par de veces.
-¿Por qué?
Me excuso diciendo que es torpe y no importa, que es torpe.
Y no, ciertamente es que temo mostrarte esa faceta de mí, esa faceta tan pasional, esa de la que a veces me avergüenzo; me siento inmoral e incongruente, como si mis evocaciones no fuesen adecuadas para mi situación. Me siento extraña e incómoda, pero de alguna manera sigo siendo yo.
Porque si te leo esas páginas estaría presentándote una propuesta que si no fuese indecorosa sería más bien atrevida de mi parte: "tómame toda".
Notas mi inseguridad y me pides el libro. Dices que si no te lo leo yo, lo leerás tú entonces.
Me niego a dártelo a primera instancia.
-¿Te gusta?
-Sí, mucho.
-Lo leeré.

Me estremeces.
En mis sueños más irreales, mientras no duermo, me estremeces.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Hola, soy un numerito. Turururuuuuu