domingo, 18 de octubre de 2015

Como una extraña forastera

Llego aquí, con palabras distintas, hablando sin pretender poseer un estilo, pues siento que eso ya se ha perdido o ha mudado o ha muerto o es simplemente distinto...

Busco refugio en este lugar, que ante la ausencia de visitas se vuelve nuevamente mío. Un lugar propio, contrario a lo que fue mi habitación real, mi sala, mi comedor, mi casa. Ya nada huele a mí y pareciera que la única forma en la que encuentro reclamar mi espacio es el caos: la chaqueta sobre el respaldo de la silla, las mascadas regadas en el sofá, los papeles sobre el comedor y los zapatos atravesados por el suelo, como intentando marcar un territorio que, en ocasiones, quisiera que nunca hubiese sido mío.

Hoy fue la primera vez en meses que me senté a tomar una taza de té, con mi infusor favorito. Se sintió tan extraño, como si estuviese fingiendo y esa persona no fuese para nada yo misma.

Cada discusión me deteriora el juicio, me hiere. Sólo quiero escapar y no dar razón de nada. A nadie. Ni a ella, ni a la otra, ni a él.

Ni siquiera sé qué busco al huir, al depositar mi confianza aquí. No encuentro amigos, ninguno. Sin afán de agredir a aquellos que se consideran amigos míos. Ahogada, desaparecida, oprimida; no me encuentro, no importa a dónde mire para buscarme. Sólo no estoy allá, ni por aquí. ¿O tal vez sí, aquí? No sé nada.

Sé que quiero dormir. En mi cama. Quiero que las sábanas queden revueltas y las descubra así al volver del trabajo. Me enferma no hallarlas desacomodadas a como las dejé al salir de casa. Se siente como si alguien hubiese entrado y no se hubiese llevado ningún objeto o artículo material, pero sí algo precioso e invaluable: la certeza de mí, de mi espacio, de mi intimidad, de lo privado.

Pero aquí no.
Aquí no se pueden infiltrar.
Éste es mi refugio.
No eres bienvenida.
Ni bienvenido.
No tú, que me tuteas, que me puedes reconocer por la calle, que conoces mi número o mi domicilio. Tú no, los amigos no serán recibidos. Ahórrense la cortesía, el saludo cálido, la crítica franca.
 Háganse los ciegos, los sordos, los mudos. 
¡Shú!


sábado, 17 de octubre de 2015

No se lea con la ilusión de encontrar un texto maduro o comprometido

Pasa que me he perdido el teléfono móvil y al llamar me envía al buzón de voz. Permanezco así, irritada y furiosa, sin saber si alguien lo ha tomado del baño de la plaza que frecuenté, luego de salir del salón de belleza donde recibí un muy mal servicio, por cierto. Con toda la mala fortuna del evento, llego a casa y soy bien recibida por los tres perros. Sin embargo, al alimentarlos, choco el platón contra la mesita de la sala y todas las croquetas salen disparadas hacia el suelo, esparciéndose como estrellas en el firmamento.
Y fue el colmo, absurdo y ridículo.

Y después, me pregunto... ¿qué tanto dejo de mí en abandono? Mis frustraciones, mi coraje del momento, por aquella pérdida material, pero que me duele; por aquellas memorias gráficas que guardaba en ese pedazo de metal y plástico, por las notas de todos los libros o películas o canciones o autores que deseaba buscar posteriormente, por los números teléfonicos de otros quienes me significaban algún nexo importante. 

¿Qué tanto comienzo a ignorar de esto? 
Si lo único que deseo por ahora
es que él llegue pronto a casa
para llevarlo a la alcoba
y cojer como animales.