miércoles, 19 de febrero de 2014

A una muñeca que por rota, se siente fea.

Por más pendientes que se cuelgue a las orejas
o listones entrelace a sus cabellos,
aunque de carmesí se cubra los labios,
mas la piel se embriague de perfume

Cuando las mejillas se le vuelvan lívidas
y ya no ventilen las vergüenzas,
ni adviertan las gentiles cortesías
de los galantes caballeros

Aun de las noches desadvierta el frío,
la brisa desvista sus ventanas despejadas,
pero las caricias del aire no le sepan a nada
y mucho menos procure las virtudes del tacto

Si ha de confiar su valor a las complacencias,
/atienda que/ por ser perlas, amatistas o esmeraldas
las que adornen la estrechura de sus brazos
no será su esencia quien se ostente sino la mera apariencia 

/Con el tiempo/ hallará marchito su reflejo ante el espejo,
el discurso demenciado, las coplas enmudecidas,
las manos entorpecidas, arrugadas,
y el cariño mustio, avejentado

Ya nada ha de embellecer la suya estancia,
si para usted no existe ardorosa estrella
que suficiente sea /ni por ser la más fulgorosa/
para cobijarle el corazón agónico y abatido

Porque en sus ojos no se dilucide
ni la más mínima centella,
y la candidez en la mirada propia
aprecie rota, olvidada, prescrita

Alerta sosténgase en la vigilia /entonces/,
al instante en que la falsedad acaezca
sin reparo ni retiro,
pues veráse en un apremio, un socorro


Si desprecia que lo roto se repara /muñeca fea/
como de la realidad, se olvidan unos la franqueza,
procure el recuerdo tangible y valioso /que le sirva de consejo/:
no existe remedo, mentira ni cuento provechoso

Descoloque toda máscara del rostro /muñeca rota/
para desdibujarse la sonrisa tergiversada
que por guardar las apariencias ajenas
ha vuelto de su alma, la morada de lo torcido