martes, 20 de enero de 2015

Húmedo

Amanecí con la piel helada,
anudada y enmarañada en las alturas,
cansada de tu escaza figura.
De forma discreta, con las cortinas abajo,
como ya hace tiempo no lo hacía,
recordé el trazo de tu lengua, de tus dedos.
Mi boca marchita, con susurros
hilaba tu nombre... y reflorecía.
Cada pliegue, cada cima calada
se engalanó de un rojizo cosquillear.
Extensa, toda grandiosa, ligera,
y el hervor, ¡shhh!... me hice muda.
Entonces me sentí despertar
de un buen soñar, con las manos vacías.

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