jueves, 22 de enero de 2015

Hilos y lana

Conocí a Marta, una pequeña niña que pasea animales. Ella los guía con sus diminutas manos, a todas horas, desde antes de que el sol le desvista sus ojos.

Marta tiene nueve años. Dice haberlos cumplido ahorita, asegura que hoy no, pero tampoco fue este mes. O quién sabe. En su mueca sólo me confía el ahorita.

Ella tiene el cabello lacio y ojos azabaches que le combinan. Pequeños, inciertos, curiosos. Lleva la piel tostada, besada por fuego, moldeada del barro y pintada de achiote.

Marta hace marchar a un par de cebras y leones. Juega con los gatos pardos, con las ranas y los monos por igual. También cuida de tres aves coloridas. Y hasta el frente dirige a su elefante blanco, acompañado de jirafas por los costados.

Le pedí a la peregrina me acompañase a merendar, pues le he contemplado despacio la mirada. Y es que su diario deambular me ha parecido ser largo. Aunque caminar no es problema para Marta, que pareciera andar con el corazón en los pies, haciendo a la tierra palpitar bajo de ellos.

La pequeña domadora también es maga. En el encuentro me reveló un truco al bajar la guardia. Lo escondió, entre sus manos, y tras su sonrisa el chocolate desapareció por completo.

Es poco el descanso que se ha tomado; bajita e implacable, no se da a las nimiedades. A la despedida, qué brillante luz me ha dejado en los ojos. Qué gracia lleva en su rostro, donde sus mejillas visten un rocío de canela.

Cómo desentona verte partir, tan callada. Es que algo más te llevas, Marta, no sé qué me arrebatas. Me has sembrado vibrantes ganas de seguirte los pasos, aunque yo no sepa caminar.

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