miércoles, 13 de mayo de 2015

Irene



Qué difícil es no poder llorar a nuestros muertos,
ni poder verlos partir,
ni gastarse las suelas de los zapatos,
ni volar medio país
para mirarles una vez más.

Qué grande nos queda la casa, Irene,
aun cuando la hemos llenado con tu eco
y sobre los burós coloquemos tu imagen.

Qué nostalgia, Irene nuestra,
mirar el rostro de mi padre y hallarte ahí,
en su ceño y su frente,
en su mentón… y tu cabello.

Qué desconsuelo sentirme tan deshecha
cuando ya anunciabas tu partida.

Tal vez con el tiempo
vaya a sembrarte hartos campos
para que le hagas compañía
a las flores que nunca llevé a tu mesa.

Me sentaré a regarlas despacio.
Y te preguntaré entonces por tus recetas de cocina,
porque ya nadie hace mejor uso del piloncillo
como el que tú le dabas.

Si mis ojos no se encontraran con los tuyos,
que tu voz y tu rostro se conserven
en quienes recuerdan tu nombre,
hasta que la memoria no nos quepa más en el pecho.

Qué triste es haberte abrazado hace tanto
pero más es el gozo de haberlo hecho.
Qué ganas de besar tu mejilla como en cada despedida,
esperando que no sea la definitiva.

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