sábado, 3 de diciembre de 2011

Tu voz aún hace temblar a la mía.


Y como no pude correr hacia ti y sujetarte fuerte, porque no puedo evitar la sensación de perderte, cuando ni siquiera somos más nada, ya no más, preferí llamarte tan sólo para volver a escucharte.
Sólo espero que no hayas notado el temblor en mi voz, porque ni yo misma sé a qué se debió. Entre tanto ruido y murmullos, seguro que no lo notaste.

Gotitas de sal y agua expandiéndose sobre la tela de mis jeans a la altura de mis rodillas, eso fue lo que pasó al colgar la llamada. Además, una sensación de vulnerabilidad.

Fue agradable escuchar tu voz y un te quiero bastante honesto.

Estoy sonriendo, sí, eso no significa que ya haya sanado del todo, que ya no me importe, que ya no me duelas.
Estoy llorando, sí, eso no significa que sufra de tristeza. O al menos no la misma tristeza de tu nombre.

Aún me guardo las ganas de ir por ti y abrazarte, de besarte la mejilla, de llorar en tu hombro una vez más y recibir tu consuelo.

Yo sé que la tristeza no será tu favorita y que lo amargo del pasado no es grato recordarlo, ¿pero podrías estar una vez más para mí?
Mis caprichos egoístas, ayúdame a cumplirlos por una última vez.

Esta tarde estoy volviéndote a amar.
Te necesito. Al de antes y al que quiero llamar mi amigo.

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