sábado, 27 de agosto de 2011

Amar lo prohibido.

Luz muy tenue, más era la oscuridad que les envolvía los cuerpos, y las sábanas enrolladas en el suelo y recovecos, entrometidas en donde sus cuerpos pretendían juntarse mucho más. Así, con un movimiento ágil, él se encargó de quitarlas de su camino.
Limitados aún por lo grueso de sus jeans oscuros y la tela de las ropas que cubrían las piernas de ella, la embestía con vehemencia. Cuando a ritmos lentos y atentos le abordaba la sensibilidad de esa parte que nunca nadie antes había tocado, le procuraba sensaciones que desde hace mucho en secreto ella deseaba explorar en su propia piel. Le arrebató suspiros que invadieron el aire con quimeras gritadas, gemidos jadeantes conformando su respiración, gemidos que brotaban sin permiso de ella y que de tal trance que él le provocaba salió con suerte para notarlos, mas no se reprimió, pues él parecía extasiado con aquellos sonidos extraños que inclusive ella misma desconoció con facilidad y desconfianza al principio y ella encantada de su éxtasis que le llevaba consigo.
Con cautela los dedos firmes y varoniles de su mano derecha exploraban temerosos en el borde de su blusa, poco a poco colándose bajo de ella, acariciando la fragilidad de su espalda baja, subiendo cada vez más hasta su delicado cuello donde con decisión le sujetó para hacer de ella lo que le placiese, acomodándole el rostro de tal forma que se le facilitase la tarea de llenarle la boca de besos. Besos húmedos y tibios que también eran depositados en su cuello de esencia quebradiza. Se entregaba con arrebato de su propia alma a cada roce ofrecido por él sobre su cuerpo. Trémula la apariencia de toda ella, maravillosamente perdida y abandonada de todos sus sentidos que parecían escurrirse en dirección a él. En ese punto ya le tenía sin importancia si los vecinos de abajo escuchaban el ruido de la cama o si los de al lado se percataban de lo que allí acontecía, aún así, todo su placer perecía en un ahogado silencio.


Su recuerdo latente en el calor de su entrepierna hacía a sus marcadas caderas colapsar. Lleva su nombre escrito en todo el cuerpo vaporoso, cicatrices grabadas evidenciando la noche. Las marcas de aquellos dedos que se aferraban a la piel tersa de aquella niña, las heridas que en sus carnosos labios dibujó, inclusive hubo un momento en que los besos se tornaron sabor ferroso y fueron culpables los dientes de él desgarrándole pedacitos de suave piel de su boca.

En el interior de ella gritan los pensamientos:
Su voz resonando, pronunciando mi nombre con una sensual profundidad e inconsistencia, a la vez.
-Leonor, ¿qué pasa? -callaba por unos segundos e insistía. -Dime, Leonor.

Ella se sentía morir de tan sólo revivir sus caricias y esa voz, oh, qué voz.
Quiero sentir el peso de tu cuerpo sobre mí, acoger tu cara en mi pecho, sentir tu respiración, quiero sentirme mecer sobre ti, tener tus manos sujetándome por las caderas, marcándome el ritmo, empujando tu miembro, simulando el acto que sin duda ansiamos ambos.

-Me tiemblan las piernas -dice confundida.
-Como a una niña pequeña.
-Estoy llorando y no entiendo por qué -sintiéndose un tanto quebrada por dentro. -Hoy has sido más un amigo que un amante. Gracias.

¿Por qué eres tan dulce conmigo?

Admito que me parece un tantito atractivo saber que al menos uno de nosotros tiene idea de lo que estamos haciendo y a dónde podría llevarnos.

Mientras de "a mentiritas" jugamos, nos disfrutamos mutuamente de muchas formas.

Creo que me has vuelto a enamorar.
Me hiciste sentir hermosa, bella y atractiva sin necesidad de excesos.

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