viernes, 17 de septiembre de 2010

De divagaciones noctámbulas.

Es a altas horas de la noche cuando me siento acaparada por el insomnio, me absorto con los pensamientos taciturnos, recurro a las ideas más grises y me intento hallar en el vacío; cuando los brazos de Morfeo se ausentan y lo único que parece funcionar en mi cuerpo es el corazón, la mente y la piel. Y en la confusión de lo incierto pretendo acoger la ausencia de mis sentidos y de lo lógico.
La madrugada se hace notar con el torbellino de sensaciones encontradas junto al calor palpable de la noche que erige al ambiente adyacente. Los poros de mi piel insinúan oscilantes la extinción del aire al intentar liberarse del yugo de las sábanas liosas. Y en lo alto, desde la veta nocturna y despejada, la ecuánime luna ensaya por primera vez la aversión por un alma. El alma mía que no se cansa de victimarse pues, en plena consciencia de lo nombrado realidad, disfruta de añadir tintes dramáticos; ese ser mío que, aún en ese estado de inanición y contradicción, reconoce el estar con vida.

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