domingo, 30 de mayo de 2010

El dolor de olvidarte.

Tapiar las oquedades del corazón, que alguna vez te perteneció, con besos nacientes de un par de labios desentendidos por mi alma indolente y acogidos por las sinsabores penas que concibió aquella adoración enfermiza que te entregué. Tormentos se molestó en traer como si de acto recíproco se tratase.
Latoso el pensamiento que te comprende y que duda, por un segundo, de despreciarte.
Eres punzante daga y eres piel frágil, el filo hiriente que provoca la herida, y la herida misma que suplicio eterno se torna.
Pretendo olvidarte, y en el olvido tu recuerdo. Yace la angustia de tu ausencia en mí, y el dolor de lo que fue presente y no lo es más. Pretendo olvidarte, y recurro al olvido. Ignorar el fantasma del nosotros es sólo una preterición más de lo que mataste sin haber sido vivo. Someto mis palabras de manera solemne al deseo de olvidarte para engañar al espejismo de retener tu aroma. Todo lo tuyo me resulta agobiante, pero incluso el olvidarte me resulta doloroso.

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