Que si nunca fui tu musa, sabes, ya no importa.
Tomaste mi mano y la llevaste a tu pecho, y del mío, hiciste lo que quisiste.
Un palpitar que se asfixió en lo húmedo de aquellos besos que no tenían tan claro si deseaban huir y morir antes de haber probado las mieles prohibidas de una piel que a gritos suplicaba reencontrarse con tus labios.
Nos doblegamos ante lo oscuro de la habitación tuya, nos desconectamos de razones, de miedos pasados. Porque ya no se respiraban los dolores de una despedida.
Somos aire y no suspiros exhalados.
Me dejé inundar por tus dudas, tan seductoras como la promesa escondida dentro de tu boca.
Hombre de espíritu vehemente, con tus silencios me mataste lento.
El frenesí sublimado cuando me conocieron tus dedos, ése que al tenerme entre tus brazos se evaporó despacio.
Nos colmamos las esquinas, todas ellas se desdoblaron al probarte el cuerpo todo que latía suplicando el final jamás escrito de una historia abandonada.